Santa Fe es lo que fue hace treinta años y el presunto territorio conquistado por la democracia se reduce a poco de escarbar en las capas superficiales de la cebolla que protege el mismo corazón donde reside el poder real.
La red de complicidades excede largamente a las posibilidades intelectuales y operativas de los instrumentos del terror.
Y la economía protege a quienes torturaron y mataron en su nombre, desconfían del avance de la memoria que no debería detenerse en los instrumentos y dar el salto cualitativo hacia quienes pusieron al estado a su servicio.
El resto es el camino minado y las trampas abiertas para quienes transitan juzgados y sean involuntarios voceros de nuevas derrotas y renovados horrores.
Causas nacidas “duhaldísticamente” condenadas al éxito, conservan inalterable su condena al fracaso.
En superficie el Juez se mueve por un sendero agrietado de nulidades tramadas en las cámaras de alzada y un Consejo de la Magistratura que solo espera órdenes.
La fiscalía trabaja rodeada de sus propios acechantes y la defensoría muestra un empeño digno de mejor causa, en las chicanas judiciales que no detienen el tiempo y acercan a los asesinos a las puertas de salida y en camino a la revancha.
Y el “Tío” Correa desempolvará su sombrero de pescador y Bernhartd revisara los frenos para algún viaje a La Calamita.
Y el gran poder en Santa Fe se regodea con las escaramuzas.
Con los setenta sin resolver, los noventas se diluyen y las nuevas violaciones a los derechos de las personas del presente se eternizan.
El Estado, inficcionado, se moldea a su antojo.
Los sobrevivientes tienen la obligación de mostrar-denunciar a los instrumentos, la política la obligación de mostrar a los instrumentadores.
Sus nombres están escritos en la historia, son pocos, son los amos de la Argentina.
La red de complicidades excede largamente a las posibilidades intelectuales y operativas de los instrumentos del terror.
Y la economía protege a quienes torturaron y mataron en su nombre, desconfían del avance de la memoria que no debería detenerse en los instrumentos y dar el salto cualitativo hacia quienes pusieron al estado a su servicio.
El resto es el camino minado y las trampas abiertas para quienes transitan juzgados y sean involuntarios voceros de nuevas derrotas y renovados horrores.
Causas nacidas “duhaldísticamente” condenadas al éxito, conservan inalterable su condena al fracaso.
En superficie el Juez se mueve por un sendero agrietado de nulidades tramadas en las cámaras de alzada y un Consejo de la Magistratura que solo espera órdenes.
La fiscalía trabaja rodeada de sus propios acechantes y la defensoría muestra un empeño digno de mejor causa, en las chicanas judiciales que no detienen el tiempo y acercan a los asesinos a las puertas de salida y en camino a la revancha.
Y el “Tío” Correa desempolvará su sombrero de pescador y Bernhartd revisara los frenos para algún viaje a La Calamita.
Y el gran poder en Santa Fe se regodea con las escaramuzas.
Con los setenta sin resolver, los noventas se diluyen y las nuevas violaciones a los derechos de las personas del presente se eternizan.
El Estado, inficcionado, se moldea a su antojo.
Los sobrevivientes tienen la obligación de mostrar-denunciar a los instrumentos, la política la obligación de mostrar a los instrumentadores.
Sus nombres están escritos en la historia, son pocos, son los amos de la Argentina.